Paisaje Grana
La cumbre. Ahí está el ocaso, todo empurpurado, herido por
sus propios cristales, que le hacen sangre por doquiera. A su
esplendor, el pinar verde se agria, vagamente enrojecido; y las hierbas
y las florecillas, encendidas y transparentes, embalsaman el instante
sereno de una esencia mojada, penetrante y luminosa.
Yo me quedo extasiado en el crepúsculo. Platero, granas de
ocaso sus ojos negros, se va, manso, a un charquero de aguas de
carmín, de rosa, de violeta; hunde suavemente su boca en los espejos,
que parece que se hacen líquidos al tocarlos él; y hay por su enorme
garganta como un pasar profuso de umbrías aguas de sangre.
El paraje es conocido, pero el momento lo trastorna y lo
hace extraño, ruinoso y monumental. Se dijera, a cada instante, que
vamos a descubrir un palacio abandonado... La tarde se prolonga más
allá de sí misma, y la hora, contagiada de eternidad, es infinita,
pacífica, insondable...
- Anda, Platero...
Juan Ramón Jiménez
Platero y Yo, capítulo XIX
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